Opinión
Educar es incluir, invitar y acompañar
Por Dra. Norma Oviedo - Investigadora, docente FHyCS UNaM
Las celebraciones marcan el calendario, a manera de subrayar los significados especiales en nuestras prácticas profesionales y en Argentina, cada 15 de mayo se rememora el Día del Docente Universitario, una fecha que instala la invaluable labor de todos aquellos y aquellas que nos dedicamos a la enseñanza superior. Sin embargo, todo acontecimiento histórico está contextualizado en una secuencia de acciones, recuerdos, reclamos y valoraciones, realizadas por sujetos sociales en el pasado -la Reforma Universitaria (1918), el Plan Taquini (1968), el Cordobazo, el Correntinazo y el Rosariazo (1969)- que aportan contenidos al presente; en este caso, para recordar y sostener la histórica lucha por los derechos de la comunidad universitaria que, estudiantes, graduados, docentes y administrativos, reivindican al proclamar la defensa de una educación pública de calidad, gratuita e inclusiva.
Aprovecho esta oportunidad para dedicar estas palabras al grupo de mujeres de las primeras promociones de egresadas del Instituto Superior del Profesorado (1961-1974), luego Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales (1974-1980). Desde diversas áreas disciplinares como educación, historia y letras, ellas impulsaron y sostuvieron la lucha ante el gobierno provincial y la Universidad Nacional del Nordeste, para que nuestra universidad fuese formalmente instituida y no desapareciera.
La complejidad es un componente constitutivo de las relaciones humanas, por más simples que estas relaciones parezcan el hecho de ser producto y producidas en un contexto social hace que las mismas se instituyan en un horizonte y visión de época; que tiñe las prácticas sociales en el pensar, decir y hacer. La educación forma parte de un quehacer cotidiano, permanente y necesario, un derecho y una obligación que nos reúne a docentes y estudiantes en las aulas de las universidades que, actualmente, están situados en una época de grandes transformaciones socio-tecnológicas.



Los docentes universitarios, en su mayoría, nos formamos en otro contexto de referencia donde los conocimientos se transmitían y repetían y, por lo tanto, la relación educativa con los estudiantes residía en un contacto personal; no solo dentro del aula sino, también, en solitario con los textos impresos. Sin embargo, nuestros estudiantes han crecido en un entorno digital y ello ha provocado ciertos cambios en la relación y, también, diferencias en la forma en que se comunican con sus profesores, estos últimos con estilos más tradicionales y pocas habilidades para el manejo de herramientas digitales.
En las universidades -especialmente en la Universidad Nacional de Misiones (1973), situada en una región de frontera- nos encontramos con sectores sociales que pertenecen a variados horizontes culturales, grupos étnicos y comunidades nacionales -sean o no descendientes de europeos- que conforman una sociedad transnacional-multiétnica y que representan a diversos barrios, diferentes localidades y pueblos de nuestro país y los países vecinos. Estas particularidades hacen que haya expectativas diferentes sobre la disponibilidad y el estilo de enseñanza; no solo por la mediatización de las tecnologías sino, además, por los cambios de paradigmas y la visión de época – caída de las perspectivas generalizantes, miradas estado-céntricas. También las diferencias generacionales entre docentes y estudiantes universitarios cuentan y tienen una importancia enorme, ya que los cambios son vertiginosos e impactan inmediatamente reconociendo una diversidad de perspectivas y expectativas, el agenciamiento e involucramiento de variados sujetos sociales y la participación colectiva para promover una enseñanza-aprendizaje de corte colaborativa/participativa y, ello, requiere de reactualización de los roles y funciones de los implicados.
Si bien el uso de la tecnología y la circulación de la información facilitan la comunicación, también la complejizan; ya que están puestas en juego las habilidades y capacidades para aprehenderlas, la disposición y la creatividad para utilizarlas “con actitud crítica” y la flexibilidad y apertura de pensamiento para plantear los cambios sobre los modos de actuar y poner en práctica otras formas de interactuar, no solo en el aula sino en los diversos ámbitos y espacios donde la ciencia se hace pública.
En ese sentido, las fuentes y los registros para la construcción del conocimiento científico ya están disponibles y asequibles en la inmediatez, en las redes sociales y en los espacios digitales la información fluye constantemente donde los sujetos sociales dialogan, relevan, socializan, etc. -lo que deja de lado al texto impreso- y posibilita el acceso a los datos sobre problemáticas de toda índole –evidencia empírica-; entonces tomamos conciencia acerca de la enorme transformación que eso significa para el campo educativo y el giro rotundo en las perspectivas de enseñanza-aprendizaje-producción de los conocimientos.
Todos somos productores de saberes, todos teorizamos, aunque sólo una porción nos especializamos en la producción de conocimientos científicos. Aun así, estamos implicados en un proceso en el que educar es incluir; conectados en una relación en la que estamos incluidos permanentemente y ello significa recrear los sentidos y las circunstancias del término quehacer colectivo, colaborativo y participativo.